miércoles, 19 de febrero de 2014

Muchos somos Pablo Neruda


Muchos somos

DE tantos hombres que soy, que somos,
no puedo encontrar a ninguno:
se me pierden bajo la ropa,
se fueron a otra ciudad.

Cuando todo está preparado
para mostrarme inteligente
el tonto que llevo escondido
se toma la palabra en mi boca.

Otras veces me duermo en medio
de la sociedad distinguida
y cuando busco en mí al valiente,
un cobarde que no conozco
corre a tomar con mi esqueleto
mil deliciosas precauciones.

Cuando arde una casa estimada
en vez del bombero que llamo
se precipita el incendiario

y ése soy yo. No tengo arreglo.
Qué debo hacer para escogerme?

Cómo puedo rehabilitarme?
Todos los libros que leo
celebran héroes refulgentes
siempre seguros de sí mismos:
me muero de envidia por ellos,
en los filmes de vientos y balas
me quedo envidiando al jinete,
me quedo admirando al caballo.

Pero cuando pido al intrépido
me sale el viejo perezoso,
y así yo no sé quién soy,
no sé cuántos soy o seremos.
Me gustaría tocar un timbre
y sacar el mí verdadero
porque si yo me necesito
no debo desaparecerme.
Mientras escribo estoy ausente
y cuando vuelvo ya he partido:
voy a ver si a las otras gentes
les pasa lo que a mí me pasa,
si son tantos como soy yo,
si se parecen a sí mismos
y cuando lo haya averiguado
voy a aprender tan bien las cosas
que para explicar mis problemas
les hablaré de geografía.

PABLO NERUDA


miércoles, 12 de febrero de 2014

Jaime Gil de Biedma


Jaime Gil de Biedma nació el 13 de noviembre de 1929  en la Nava de la Asunción, Segovia, en el seno de una familia de la alta burguesía castellana. Su padre se trasladó a Barcelona para trabajar en la Compañía de Tabacos de Filipinas y Gil de Biedma pasó parte de la guerra refugiado en la casa de la Nava.
Cursó el Bachillerato en el Instituto Luis Vives de Sarriá, en Barcelona. Su primera juventud estuvo marcada la vida de la alta burguesía barcelonesa que imperaba en su familia: veladas en el Liceo, natación, tenis y equitación en el Club de Polo, aunque Jaime sintió desde muy joven una lucha interna entre la acomodada vida burguesa y la atracción por lo marginal, influenciado también por una homosexualidad que en la época y en la estructura social a la que pertenecía resultaba completamente inconfesable, dicha tensión marcaría para siempre su vida.
Empezó los estudios de Derecho en a Universidad de Barcelona donde conoció a Carlos Barral, Joan Reventós, Alberto Oliart y Antonio de Senillosa, también se relacionó con a Josep María Castellet que lo introdujo en la corriente denominada realismo crítico. Se licenció en Salamanca. En 1953 se trasladó a Oxford, donde se desarrollaría la amplia influencia que posteriormente tendría la poesía anglosajona en su obra. 
A partir de 1955 trabajó en la Compañía de Tabacos de Filipinas.
En 1959 publicó Compañeros de viaje y Moralidades en 1966, esta poesía social se fue decantando poco a poco hacia lo que se denominó poesía de la experiencia, caracterizada por el coloquialismo y el carácter intimista de esta.
Jaime Gil de Biedma fue un destacado miembro de la llamada Escuela de Barcelona, integrada también por Gabriel Ferrater, Carlos Barral y Juan Marsé. En 1968 apareció Poemas póstumos y en 1974 publicó Diario de un poeta seriamente enfermo, sus memorias. A partir de 1974, y coincidiendo con un cierto desencanto de la transición, padeció una crisis que le llevó a dejar la vida literaria y se recluyó en un férreo nihilismo. 
Fue una de las primeras víctimas del sida en Barcelona y murió el 8 de enero de 1990. Su pareja, el actor Josep Madern, moriría cuatro años más tarde de la misma enfermedad, incurable por aquel entonces. Los resto de Gil de Biedma fueron enterrados en Nava de la Asunción.

Jaime Gil de Biedma


Lágrima


No veían la lágrima.

Inmóvil
en el centro de la visión, brillando,
demasiado pesada para rodar por mejilla de hombre,
inmensa,
decían que una nube, pretendían, querían
no verla
sobre la tierra oscurecida,
brillar sobre la tierra oscurecida.

Ved en cambio a los hombres que sonríen,
los hombres que aconsejan la sonrisa.
Vedlos
presurosos, que acuden.
Frente a la sorda realidad
peroran, recomiendan, imponen confianza.
Solícitos, ofrecen sus servicios. Y sonríen,
sonríen.
          Son los viles
propagandistas diplomados
de la sonrisa sin dolor, los curanderos
sin honra.

La lágrima refleja
sólo un brillo furtivo
que apenas espejea.
La descubre la sed,
apenas, de los ojos
sobre los doloridos
utensilios humanos
-igual como descubre
el río que, invisible,
espejea en las hojas
movidas-, pero a veces
en cambio, levantada,
manifiesta, terrible,
es un mar encendido
que hace daño a los ojos,
y su brillo feroz
y dura transparencia
se ensaña en la sonrisa
barata de esos hombres
ciegos, que aún sonríen
como ventanas rotas.
He ahora el dolor
de los otros, de muchos,
dolor de muchos otros, dolor de tantos hombres,
océanos de hombres que los siglos arrastran
por los siglos, sumiéndose en la historia.
Dolor de tantos seres injuriados,
rechazados, retrocedidos al último escalón,
pobres bestias
que avanzan derrengándose por un camino hostil,
sin saber dónde van o quién les manda,
sintiendo a cada paso detrás suyo ese ahogado resuello
y en la nuca ese vaho caliente que es el vértigo
del instinto, el miedo a la estampida,
animal adelante, hacia adelante, levantándose
para caer aún, para rendirse
al fin, de bruces, y entregar
el alma porque ya
no pueden más con ella.

Así es el mundo 
y así los hombres. Ved
nuestra historia, ese mar,
ese inmenso depósito de sufrimiento anónimo,
ved cómo se recoge
todo en él: injusticias
calladamente devoradas, humillaciones, puños
a escondidas crispados
y llantos, conmovedores llantos inaudibles
de los que nada esperan ya de nadie...
Todo, todo aquí se recoge, se atesora, se suma
bajo el silencio oscuramente,
germina
para brotar adelgazado en lágrima,
lágrima transparente igual que un símbolo,
pero reconcentrada, dura, diminuta
como gota explosiva, como estrella
libre, terrible por los aires, fulgurante, fija,
único pensamiento de los que la contemplan
desde la tierra oscurecida,
desde esta tierra todavía oscurecida.